ESPACIO KATHARSIS

Bosque encantado, santuario virtual, un espacio donde interpreto los misterios del Universo, leyendo a través de las estrellas y profundidades de la emoción.

El día que casi me fui. El día que elegí quedarme.

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(Este texto no es una confesión. Es un espejo. Si estás leyendo esto, quizá también estés en medio de una reconstrucción silenciosa. Tal vez sientes que has vivido mucho sin que nadie lo note, que llevas un mundo dentro que todavía no tiene nombre. Entonces este texto es para ti.)

Hoy se cumplen tres años del día en que nació mi segundo hijo.
Su llegada fue un temblor. Un parto real. Crudo. Mágico. Un contrato con la vida que no estaba firmado hasta el último segundo.

Ese día entendí algo que me cuesta explicar con calma:
la vida y la muerte están separadas por un hilo tan fino como un suspiro.
Y yo estuve ahí.
Con una vía en el brazo, la sangre bajando en oleadas, y una mente en paz que repetía: “Si este es mi momento, está bien.”

No fue un parto ideal.
No fue el que sueñas cuando imaginás música suave y alguien acariciándote el pelo.
Fue un parto con COVID, con miedo, con media anestesia funcionando y una amiga con ovarios de acero a mi lado.
Fue un parto con un niño de cuatro años en casa esperando a una madre que no sabía si iba a volver del hospital.

Pero Noah llegó, cansado, con los pulmones en pausa.
Yo, temblando y, al mismo tiempo, conectada con algo mucho más grande, lo sujeté con fuerza, susurrándole cuánto lo quiero.
Después de que él nació, fue mi turno.

Noah estaba en los brazos de mi amiga, mi pilar, la que se quedó cuando pudo elegir irse.
Me levanté de la cama porque el cuerpo me dijo: “Levántate.”
Y cuando lo hice, la sangre cayó como si se rompiera una presa antigua.
Un sonido seco. Una caída. Un instante.

Después… silencio.


No sé si me desmayé del todo. No sé si fue una pequeña muerte.
Pero sí sé que sentí paz.
Sentí un “ya está”, sin miedo.

Y eso fue todo.
El momento en que, con el amor absoluto, deje todo en manos de destino
y el cuerpo decidió quedarse.


Hoy lo escribo porque creo que ese día desbloqueé algo más profundo que una trombosis.
Desbloqueé un trauma que no era solo mío.
Un miedo a morir en el umbral. Un linaje de mujeres que no pudieron contarlo.
Y yo lo estoy contando.

No para inspirar.
Sino para dejar constancia.
De que a veces lo espiritual no tiene incienso ni frases bonitas.
A veces lo espiritual es una habitación diminuta, un hilo de sangre, una enfermera que no te conoce pero te salva la vida.
Una amiga que no se va.
Un bebé que se aferra al pecho mientras todo arde.


Creo en la biodescodificación.
Creo que los cuerpos guardan historias que no nos pertenecen, hasta que las enfrentamos.
Y creo que ese día, al elegir levantarme, cerré algo muy antiguo y abrí otra cosa que todavía no comprendo del todo.

Pero estoy aquí.
Y Noah también.
Y eso basta.


Con amor,
Karol <3
(3 años después.
Un poco más rota. Mucho más viva.
)

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